Agradecimientos y Felicitaciones especiales al Dr. Jesús E. Noriega Vega Autor de tan increíble y plausible artículo, también a Alvaro Obregón Ortiz por hacerla del Dominio Publico en FB del Histórico Cajeme ya que ello permite que mayor número de personas estén enterados de tan trascendental información ya que es en verdad sorprendente la Historia poco conocida de los origines de este hermoso lugar del Sur de Sonora.
La Verdadera Historia de La Laguna del Náinari
Ciudad Obregón creció a ritmo estratosférico, se convirtió en el motor y centro rector de la economía de Sonora y en algún momento de su historia llegó a tener más habitantes que Hermosillo, fue por esas fechas que se habló de cambiar a Cajeme la sede de la capital, referencia anecdótica que aún hoy irrita el melindroso regionalismo y orgullo de los hermosillenses¾, porque la superficie cultivada y la producción agrícola se multiplicaron con la construcción cada diez años de una presa en el cauce del Río Yaqui: La Angostura en 1941, el Oviáchic en 1953 y El Novillo en 1963.
Los datos sobre la historia remota de La Laguna del Náinari son escasos, diríase insólitos, pues las referencias anteriores a 1900 que aluden a La Laguna del Náinari, de plano son imprecisas o las descripciones se esfuman entre la bruma de vaguedades imaginarias de viejos relatos o en las argumentaciones literarias de los historiadores.
La realidad es que en el solar que lleva el nombre de Laguna del Náinari, a fines del Siglo XIX y principios del XX, durante la temporada de lluvias los pobladores de la región concentraban los hatos de ganado en celebraciones conocidas como “corridas”, en las cuales los vaqueros herraban y curaban bestias de engorda y carga, pernoctando en campamentos alrededor de los humedales que formaban las avenidas pluviales.
Hato Ganadero Cruzando el Rio Yaqui
Los ganaderos mantenían interés por las tierras bajas y anegadizas porque aparte de los charcos, entre los ralos follajes de la flora hallaban sombras para establecer los herraderos temporaleros en los que marcaban reses, caballos, ganado mular, así como burros, que por esos tiempos junto a los bueyes eran bestias cotizadas e infaltables en las faenas de los ranchos o labores.
De julio a septiembre el embalse natural de poca profundidad almacenaba las aguas que en los tiempos de lluvias escurrían desde el Zaperoa, la formación montañosa que queda al oriente de Ciudad Obregón. Si bien al principio los lugareños conocían estos rumbos con las simples alusiones de “Los Bajíos” o “El Bacerán”, poco a poco los humedales adquirieron el nombre de “náinari”, la castellanización de la voz yaqui “nátnari” que significa fogatas, y que fuera la expresión con que se referían a esos rumbos los yaquis merodeadores por las lumbradas que los vaqueros encendían y que podían divisarse a lo lejos.
En la temporada de mayor embalse de aguas vertientes, en la laguna había de abundantes bandadas de aves autóctonas como palomas pitahayeras, chanates, tórtolas y gorriones, y año con año recalaban especies migratorias como patos, garzas, cigüeños, pichigüilas, por lo que el paraje fue un cotizado centro de reunión para muchos cazadores aficionados.
En sus aguas también proliferaron sapos, ranas y pececillos, e incontables culebras con las que se asustaban o divertían los inocentes lugareños de esos tiempos. Entre la fauna sobresalían las densas nubes de zancudos y jejenes que provocaban persistentes molestias a los visitantes, ahuyentando incluso a los más decididos exploradores. En los meses de estiaje, cuando las aguas de la laguna daban paso a apenas charcos lodosos o a tierras agrietadas y terrones resecos, en las orillas crecían los guacaporos, estafiate, malva, huajes, bainoros, vinoramas, sibiris, breas, mezquites, mezquitillos y uno que otro palofierro, la vegetación autóctona, temporalera y perenne, que es típica de los valles sonorenses.
Algunos cronistas aseguran, incluso lo consignan en narraciones, que en las márgenes y el lecho del vaso lacustre se cultivaba arroz. Realmente no hay razones concluyentes para asegurar que los agricultores de la época sembraran el cereal, y es poco probable que aconteciera. El hecho es que no está comprobada la labranza de arroz o de otra especie, pues las avenidas de aguas broncas inundaban en forma súbita las tierras, los hondables que no podían controlarse y la poca o nula vigilancia de los andurriales dan poca credibilidad a la versión del cultivo del cereal. Salvo la leña de la flora chaparra y los zacatales para el ganado, es poco es poco probable que alguien emprendiera cualquier cultivo controlado entre los matorrales.
Es más, en esos tiempos ni siquiera había rastros de los Laureles de la India que desde hace décadas crecen majestuosos, adornan La Laguna y ofrecen sus sombras protectoras a los visitantes. Esos árboles empezaron a conocerse en estas latitudes en la época postrevolucionaria, pues fueron los indios yaquis quienes los trajeron de la península de Yucatán, al regreso del destierro. A ello deben estos árboles el festivo nombre de “yucatecos” con que los habitantes del Sur de Sonora los conocen, que sin dificultad se ambientaron al clima extremoso de la región.Aunque sólo se dispone de testimonios orales, la gente de antes aseguraba que durante las travesías de José Ma. Leyva Pérez, Cajeme, en campaña por hermanar Yaqui y Mayo, rancheaba en las inmediaciones del remanso, donde además refrescaba las cabalgaduras. Se notan los aires de leyenda y nostalgia en esta versión y es poco probable que sucediera, pues en las cercanías están las riberas del Río Yaqui, donde acampar tenía otras ventajas.
A mediados de la década de los 20´s del siglo pasado, tras cumplir el mandato en la presidencia de la República, el Gen. Álvaro Obregón se enfrascó en diversas empresas. Para las actividades agropecuarias, Obregón construyó la Hacienda del Náinari al oriente del estanque y abrió al cultivo centenares de hectáreas. Andando el tiempo mandó dragar el lecho de la laguna para contener las avenidas de las lluvias y almacenar las demasías.
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