EL INTERÉS EXPANSIONISTA NORTEAMERICANO EN SONORA,
1848-1861
Ana Rosa Suárez Argüello, http://www.historicas.unam.mx/moderna/ehmc/ehmc11/139.html
Introducción
Después de la independencia, la larga frontera común con los Estados Unidos constituyó una fuente de problemas para México. El aumento de población, el desarrollo económico, los intereses políticos y su «destino manifiesto» hacían sentir a los norteamericanos la necesidad de la expansión. La adquisición de Texas, California y Nuevo México satisficieron, en parte, esta necesidad, mas no fue suficiente. Los defensores de la expansión mostraron entonces un gran interés por Sonora. No dudaban de que, con el tiempo, aquella provincia formaría parte de su país y que sus abundantes recursos agrícolas, mineros y comerciales serían debidamente explotados por sus conciudadanos.
El anhelo expansionista permeaba todos los niveles de la sociedad, desde el popular hasta el gubernamental. Todas las provincias, del Atlántico al Pacífico -en especial California-, contemplaban codiciosas el noroeste de México. El resultado fue la organización de una serie de empresas de filibusteros, con la anexión de Sonora a los Estados Unidos como meta principal.
El gobierno yanqui mostró la misma actitud expansionista que el pueblo. Unos más, otros menos, los funcionarios apoyaban aquello que contribuyese a la ejecución del destino nacional. El galardón lo conquistó el presidente Buchanan, quien defendió públicamente al pirata Henry A. Crabb.
El Filibustero, Henry A. Crabb
Es en esta problemática en la que se encuentran los objetivos del presente estudio. De manera general, no se pretende más que aclarar un aspecto poco estudiado de las relaciones entre México y los Estados Unidos y contribuir, de tal forma, a una mejor comprensión de sus historias. Fundamentalmente, se trata de describir los sentimientos expansionistas reinantes en Estados Unidos entre 1848, fecha de la firma del Tratado de Guadalupe-Hidalgo, y 1861, año este en que estalló la guerra de Secesión. Seguidamente se caracterizan estos sentimientos en el estado de California y se refieren las empresas filibusteras a que dieron lugar. Finalmente, se examina la política seguida en torno al tema de la expansión sobre Sonora por parte del gobierno norteamericano durante esos mismos años.
Los intereses populares
La leyenda de la riqueza de Sonora se inició en 1736 con el descubrimiento de las minas conocidas como «Planchas de Plata». En ellas, se dijo, el mineral de plata era tan puro que podía recogerse en grandes esferas o pepitas. El descubrimiento atrajo mucha gente a la zona y de inmediato se formó un campo minero. Fue entonces cuando las autoridades del lugar reclamaron las minas para el rey de España y en 1741 un decreto real cerró su explotación a mineros particulares. Sin embargo, las minas fueron pronto abandonadas por las mismas autoridades españolas. Las razones pudieron ser varias. Parece ser que, si para 1741 las minas no estaban exhaustas, las dificultades que se presentaron para la extracción del mineral resultaron difíciles de superar. (El muy alto costo, el peligro de los indios, el derecho del quinto real, y luego del décimo, la falta de mercurio -indispensable para el beneficio de la plata-, así como el hecho de que en la Nueva España sólo hubiera una casa de moneda o ensayo y que se tuviese que enviar los metales a la ciudad de México para conocer su ley, etcétera.)
Al final de la época colonial, Humboldt difundió en el mundo la leyenda de la riqueza de Sonora y señaló que en la provincia la minería se veía entorpecida «por las incursiones de indios salvajes, la excesiva carestía de los víveres y la falta de agua suficiente para los lavados Pero también afirmó que aquella región era «el Chocó de la América septentrional», que en ella se habían encontrado «pepitas de oro puro de peso de dos o tres kilogramos» y que «todas las quebradas y aun los llanos tienen oro de levadura diseminado en terrenos de aluvión o acarreo».[ 1 ]
Después de la Independencia, la leyenda de la riqueza de Sonora persistió y ejerció atracción especial sobre muchos norteamericanos. El interés aumentó al descubrirse oro en Sutter’s Mill, cerca de Sacramento, California, en 1848. En efecto, se pensó que en Sonora, tan cercana a aquel lugar, debían existir numerosas minas. Durante el verano de 1851, cuando un grupo de californianos hizo un recorrido de exploración por el valle del río Gila y dio parte del descubrimiento de yacimientos de oro y plata, la idea se confirmó. Durante los años siguientes abundaron los escritores contagiados por la «fiebre del oro» que ponderaron las riquezas de Sonora y despertaron el interés por la región.
Mas no fue sólo la supuesta riqueza sonorense la que atrajo a los habitantes de los Estados Unidos de Norteamérica. A mediados del siglo XIX, Sonora constituía una meta del expansionismo popular estadounidense. Algunos sostenían que la única solución de la constante inestabilidad mexicana se encontraba en el establecimiento de un protectorado norteamericano sobre el noroeste, con el propósito final de anexárselo. Otros decían que sólo así se evitarían las reclamaciones que ocasionaba la falta de vigilancia en las fronteras y se protegería, además, no sólo a los mismos habitantes de Sonora, Chihuahua y Coahuila -en donde al parecer había un partido anexionista, en su mayoría compuesto por norteamericanos-, sino a los ciudadanos estadounidenses que tenían invertidos miles de dólares en Sonora, sobre todo en plantaciones, de algodón y minas de plata y cobre.[ 2 ] Por ejemplo, el caso de John Robinson, un yanqui que se había establecido en la región poco después de la independencia mexicana; dueño de grandes latifundios y de casi todo el puerto de Guaymas, era además cónsul de su país en el puerto y, como si fuera poco, el jefe de los anexionistas.
Los pobladores de la nueva propiedad norteamericana de Arizona tenían especial interés en la anexión de Sonora. Daban varias razones. Separados de San Francisco y de Santa Fe por regiones inhospitalarias -que sin embargo contaban con buenos caminos-, las provisiones sonorenses resultaban indispensables y los aranceles que cobraban las aduanas eran muy altos. Además, las mejores rutas de comunicación con el océano Pacífico atravesaban Sonora. Más aún, Guaymas, considerado a menudo el mejor puerto mexicano del Pacífico, era punto esencial para el desarrollo de sus propiedades; entre otros motivos, porque debía convertirse en la terminal de un ferrocarril que uniría Arizona y el suroeste de los Estados Unidos con el océano. Reflejo de estas ideas fue una declaración del Weekly Arizonan del 3 de marzo de 1859: «La adquisición de Sonora no puede ser sino una cuestión de tiempo. Su posesión es virtualmente necesaria para el establecimiento y desarrollo de toda la gran extensión del pass entre el Colorado y el Río Grande».[ 3 ]
No sólo los residentes de Arizona deseaban la anexión de Sonora. Muchos ciudadanos de Nueva York, Illinois, Ohio, Tennessee y Missouri la demandaron al Congreso de los Estados Unidos cuando se reunió en diciembre de 1857. Les interesaban tanto las minas y los fértiles valles como la protección de la nueva ruta del correo del sur a California. Durante estos años, las voces populares hablaron de comprar tierras sonorenses. Algunas, más ambiciosas, anhelantes de que se llevase a cabo la absorción de la región, elaboraron planes para constituir sociedades de ayuda a los inmigrantes y también partidas de filibusteros. Robert P. Letcher, ex ministro norteamericano en la ciudad de México, se hizo eco del clamor, en agosto de 1859, cuando pidió a su presidente que comprase el estado mexicano de Sonora.
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